lunes, 24 de noviembre de 2008
Universidad española: tomar la palabra
Los últimos meses están viendo sucederse manifiestos y publicaciones en prensa en torno a la situación actual de la Universidad. Muchos de ellos tienen que ver con la deriva española de la integración en el Espacio Europeo de Educación Superior. Siguiendo el hilo conductor de la escolarización y la privatización, esos análisis ponen al descubierto los males que nuestra educación superior arrastra desde los años ochenta – auténtica masa del problema, del que el proceso de Bolonia, en su precisa versión española, constituye sólo una punta del iceberg.
Hace ya meses que tenía la intención de dedicar una entrada a este asunto. Me ha resuelto a ello la lectura del artículo que Adela Cortina publica hoy en El país. Catedrática de Ética y Filosofía política en la Universidad de Valencia, Adela interviene a menudo en el foro público para defender el espacio de la Filosofía. En su artículo de hoy se refiere a uno de los aspectos que configuran la confusa coyuntura de la Universidad española actual: la acreditación de los docentes y, en particular, de los profesores ligados al ámbito de las Humanidades.
Señala Cortina que el sistema de evaluación del profesorado –conducente a su acreditación– ha hecho extensivos mecanismos de cuantificación que sólo pueden ser aplicados con cierto rigor en el contexto de las ciencias naturales. Entre ellos se encuentra el valor asignado al paper, o artículo de investigación publicado en revistas científicas, que supera relativamente a la importancia concedida a la publicación de libros. Se termina por desconocer así la dinámica propia de la investigación científica: "el historiador o el filósofo que tienen algo importante que decir, amén de escribir artículos, necesitan expresarlo en un libro, o en varios. El progreso en esos saberes requiere la base de una concepción bien explicitada y no un apunte conciso". Desconocer esto equivale a introducir un elemento de distorsión.
¿No se trata aquí de un síntoma del problema general...? Poco más de una semana antes y en las páginas del mismo diario, José Luis Pardo trazaba un análisis de la situación del sistema universitario en nuestro país. Pardo tomará posesión en breve de su cátedra en la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense. En su artículo del 10 de noviembre desmontaba un eslogan tras otro de los que vertebran la publicidad del proceso de Bolonia en su específica aplicación en España. Se refería ahí a "la destrucción de las articulaciones teóricas y doctrinales de la investigación científica para convertirlas en habilidades y destrezas cotizables en el mercado empresarial. La reciente adscripción de las universidades al ministerio de las empresas tecnológicas no anuncia únicamente la sustitución de la lógica del saber científico por la del beneficio empresarial en la distribución de conocimientos, sino la renuncia de los poderes públicos a dar prioridad a una enseñanza de calidad capaz de contrarrestar las consecuencias políticas de las desigualdades socioeconómicas". Su conclusión: "Lo único que por ahora estamos haciendo, bajo una vaga e incontrastable promesa de competitividad futura, es destruir, abaratar y desmontar lo que había, introducir en la universidad el mismo malestar y desánimo que reinan en los institutos de secundaria, y ello sin ninguna idea rectora de cuál pueda ser el modelo al que nos estamos desplazando, porque seguramente no hay tal cosa".
Concluyo este (inacabable) rompecabezas con el artículo que Leonarda García publicó en septiembre en la revista Unidad. Nuestra querida Leo es profesora en la UCAM y se encuentra actualmente, fiel a su pasión investigadora, en la Universidad de Boulder (Colorado). Su fundamentada descripción de la coyuntura actual de la Universidad, con sus claros y sombras, parte del dato objetivo de la masificación. "Esta masificación ha reforzado el carácter de formación profesional que en la actualidad tiene la Universidad española; por otra parte, ha obligado a adaptarse a las necesidades de la empresa. Y ésta, por mal que nos pese, no es la función de la Universidad".
Me parece que uno de los hilos conductores que permiten orientarse en este rompecabezas es la simplificación. O, si se quiere –con un término intelectualmente más preciso–, el reduccionismo. Muchos de nuestros gestores –por no hablar de nuestros responsables políticos– han perdido de vista la misión de la Universidad. Que no consiste en proveer de técnicos a las empresas; que no equivale a "democratizar el saber" haciendo disminuir la calidad y el rigor; que no pasa por homogeneizar los procedimientos metodológicos de las diferentes disciplinas científicas. Por supuesto que de la Universidad salen profesionales que nutren a las empresas; que su desarrollo contribuye a la democratización del saber; que son precisos criterios objetivos de evaluación y acreditación del profesorado. Pero todo ello brota de una corporación que busca la verdad a través del conocimiento científico. Y la búsqueda de la ciencia tiene exigencias específicas de motivación, de tiempo, de método. Traicionar el ideal fundacional –a la zaga de resultados homogéneos, a corto plazo y empresarialmente rentables– no sólo no servirá para cumplir los objetivos que se pretende, sino que contribuirá a secar el árbol de la ciencia. Y, si el árbol se marchita, no habrá frutos que recoger.
Permítanme que termine con un apunte optimista. Se trata de construir, no de destruir. Y la efervescencia a la que me refería al principio bien puede constituir un nuevo comienzo. La Universidad española está aquejada de graves males. Aprovechemos la oportunidad para llamar la atención sobre la necesidad de renovarnos interiormente. Que se consiga esa renovación no está del todo en nuestras manos, pero sí depende de nosotros tomar la palabra.
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En la imagen: monumento en recuerdo de la quema de libros (10/05/1933) en el berlinés Bebelplatz (fotografía de Robert Scoble). Los artículos de Adela Cortina (“¿La calidad de las humanidades?”, El país, 24/11/2008, p. 31), José Luis Pardo (“La descomposición de la Universidad”, El país, 10/11/2008, p. 29) y Leonarda García (“Bolonia y el fin de la Universidad española”, Unidad, 09/2008, p. 3) han sido publicados con el permiso expreso de sus autores.
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5 comentarios:
pedro! COMO VAS? Me has removido, una vez mas, y no he podido evitar volver sobre el asunto de Bolonia. Yo que casi lo tenia olvidado!!!Gracias, mi ultimo post es una invitacion a leer tu blog.
un abrazo
¡Querida Leo!
Enhorabuena por tu (sin duda fructífero) congreso con la National Communication Association. ¡Qué lejos te queda Bolonia :)...! También yo he leído con mucho interés tu último post. Has llevado el asunto al terreno de las decisiones valientes. Tienes razón: en cierto modo nos va la vida en ello, la vocación académica.
Coincido con JuanPaulus en que la reforma es una oportunidad para mejorar males endémicos. La impresión que tengo -y en la que las conversaciones con personas implicadas me tienden a reafirmar- es que no tenemos delante más que un barniz de cambio. En castellano se habla del "mismo perro con distintos collares", y parece que se va a poder aplicar esa expresión al enorme esfuerzo burocrático y económico que lleva aparejada la convergencia de la Universidad española al EEES.
Es verdad que hay que aprovechar los resquicios que quedan para ir a mejor. Tú señalas varios de ellos en tu artículo de UNIDAD. Será bueno tomarlos muy en serio - por ejemplo, adoptando la máxima boloñesa que aconseja hacer hincapié en el papel activo de los estudiantes: trabajo de búsqueda, investigación y síntesis personal, guiado por el profesor. El problema es que ni la estructura actual del sistema universitario ni la base intelectual establecida por los niveles educativos previos suelen favorecer ese papel activo del estudiante... Pero éste es otro cantar.
Espero que hayas tenido un hermoso Thanksgiving Day...
¡Abrazos ultramarinos!
Queridos Leo y PJT:
Pues yo estoy a favor de Bolonia. Creo que no puede empeorar la calidad de la universidad española. Parece que se os olvida que las licenciaturas quedaron reducidas a 4 años. Y no vi a ningún estudiante ponerse una pancarta en el pecho.
Me gusta la idea de que se ponga el "foco de la enseñanza en el aprendizaje por parte del alumno". Y la nueva estructura de las carreras dará al alumno la posibilidad de ponerse a trabajar a los 4 años de estudios (como ahora) o de continuar una especialización profesional o investigadora. Es decir, la calidad de lo que llega al mercado laboral no se resiente, sigue igual al menos, y se refuerzan los estudios de posgrado. ¿Donde está el problema?
Este artículo de J. Nubiola es muy bueno:
http://www.unav.es/noticias/opinion/op1208.html
saludos.
No se en que consiste le reforma de Bolonia, pero creo que el problema es anterior a la llegada del alumno a la Universidad.Me parece muy preocupante que se halla aceptado sin más, que un alumno pueda pasar de un curso a otro y asi durante mas de diez años sin haberse leido un libro completo,JAMAS.No ya uno en cada curso sino durante todo el proceso.Lo mejor es que ellos lo reconocen y no tienen ningun sentimiento al respecto y mucho menos de perdida.Esos alumnos de hoy son los profesores de mañana, y algunos de los profesores de hoy padecen el mismo problema.EL nivel cultural y formacional del alumnado empezó a caer hace años, y es ese reusltado lo que hoy anda en las aulas intentando dar clase.
Lo pero de todo es que hoy día lo que abunda no es lo mediocre, si no lo nefasto, y su único argumento es que son mayoría, son más,porque son masa, pero porque sean un intelecto cultivado y preparado,por eso la excepción que es fruto del trabajo y del estudio estorba y en consecuencia se elimina.En Altamira eran más listos.
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