miércoles, 4 de agosto de 2010
Toros y hombres
Regreso de mi aventura italiana, en magnífica compañía, a través de una cadena de autopistas que se extienden sin solución de continuidad por las llanuras y los valles, las praderas y las montañas del sur de Europa.
Durante el viaje leo sobre una polémica que ha dado también que hablar en el bel Paese: la abolición de las corridas de toros en Cataluña. Gracias a una carta de María A. Calcines publicada en El país (02/08/2010, p. 16) me entero de que Canarias ya había tomado esa decisión en 1991 - eso sí, con mucho menor revuelo mediático, lo cual constituye buena prueba de la instrumentalización ideológica que ha guiado al gobierno autonómico catalán. En el mismo diario (p. 15), Víctor Gómez Pin llama la atención sobre el hecho de que la fiesta nacional haya sido defendida como signo de identidad por numerosas personas ilustradas y en contextos culturalmente señeros.
Que las corridas de toros poseen un profundo valor antropológico, simbólico y estético está, a mi modo de ver, fuera de duda. Hunden sus raíces en la necesaria confrontación del ser humano con la Naturaleza; simbolizan, con riqueza ritual y cromática, el drama y el riesgo de ser hombres.
Ahora bien: ¿qué significa asimilar una tradición? Cualquier institución que cuente con algunos siglos de vida -la Universidad o la Iglesia, por ejemplo- sabe que la tradición ha de ser cribada a la luz del tiempo actual, vertida en moldes comprensibles, asumida lúcidamente. En nuestros días, la victoria del ser humano sobre el peligro potencial representado por los demás animales resulta tan aplastante que ni siquiera nos percatamos de ella. La función antropológica del rito se ha ido depauperando, mientras se ha incrementado la percepción colectiva de nuestra proximidad psicológica y genética a los animales en general y la sensibilidad hacia el sufrimiento de los seres dotados de consciencia sensitiva.
Dar pasos para abolir las corridas no equivale a despreciar la tradición. Se puede reconocer el valor de ésta y, a la vez, la conveniencia de superarla en nombre del progreso. Porque es progreso, cuando no existen condiciones objetivas que nos obliguen a defendernos, apiadarse de los demás seres vivos. Tratar bien a los animales nos dignifica. Y nos ayuda a crecer en algo -la compasión hacia nuestros semejantes, desde el feto hasta el moribundo- de lo que estamos siempre necesitados.
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En la imagen: "Perro semihundido" (Francisco de Goya, museo del Prado).
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17 comentarios:
Pedro! ya has vuelto a España? Qué tal ha ido todo por Italia? qué harás este verano? Cuándo tendrás noticias? Anda, escríbeme un email y cuéntame ;-). YO estoy de nuevo en Colorado... mi proyecto necesita ser acabado! Un abrazo
El problema es que toda prohibición debería ir respaldada por una decisión ética, y toda decisión ética debería ser coherente con un conjunto de valores. En el caso que nos ocupa, es obvio que hacemos sufrir incesantemente a multitud de animales para nuestro propio provecho, de manera que llevar a sus últimas consecuencias la decisión de prohibir las corridas implicaría prohibir los canarios enjaulados y las granjas de huevos. Implica considerar al hombre que "tortura" animales un "criminal", e implica considerar el "sufrimiento consciente", por sí mismo, como la referencia última del bien y el mal. No te sorprendas, pues, si quienes defienden los toros no defienden con tanto ardor los fetos y los moribundos.
Hemos discutido esto más extensamente aquí, por si te interesa echarle un vistazo:
http://amartinnavarro.blogspot.com/2010/06/la-etica-y-los-toros.html
Uno no puede pretender mantenerse al margen del curso del mundo, es cierto, pero someterse al "Zeitgeist" incluso cuando éste se ha vuelto completamente estúpido, me parece demasiado.
Querida Leo:
¡Efectivamente, estoy en España! Mi estancia en Italia ha sido tan densa que tengo la impresión de haber transcurrido allí un largo y maravilloso año. Imagino que te pasa algo parecido en tu Colorado, aunque esto de la percepción del tiempo es bastante subjetivo... ¡Te escribo pronto, abrazos!
Estimado Alejandro:
Comparto plenamente el punto de vista básico de tu mensaje. La defensa a ultranza de los animales puede dar lugar a contrasentidos prácticos (como la atribución de "derechos" en sentido propio), que tienen que ver justamente con la parcialidad del sistema de conceptos y valores en el que a menudo se inserta. Por otra parte, si el sufrimiento consciente se convirtiese en criterio ético último se acabaría, por ejemplo, el progreso educativo (puesto que muchas veces aprender implica un sufrimiento: renunciar a otras actividades que quizá a primera vista seducen más, llevar a cabo un esfuerzo, robar horas al sueño, etc.).
Presupuesto lo anterior, me parece que el caso del que hablamos no puede ser despachado sin más (y, tú, a juzgar por el extenso debate en tu blog, no lo has hecho). No podemos homologarlo a otras formas de sufrimiento animal. Por una parte, debido a razones cuantitativas, subjetivas pero no desdeñables: no resulta comparable la intensidad del dolor físico que sufre un toro durante la corrida al eventual "malestar" que pueda experimentar un canario o la gallina ponedora de huevos en sus respectivas jaulas; se puede argumentar esto tanto desde la correlación neurofisiológica como desde las dinámicas psicológica y fisiológica. Por otro lado -y este argumento me parece más objetivo y universal-, los valores a los que se subordinan las distintas prácticas no son de igual rango: unas tienen que ver con la supervivencia humana (por ejemplo, y en principio y con todas las salvedades lícitas, los sacrificios animales orientados al consumo); otras, con necesidades de afecto o acompañamiento (como en el caso de los animales de compañía); el toreo, en cambio, responde a una actualización simbólico-ritual y lúdica.
En mi post subrayo precisamente cómo corresponde a nosotros percatarnos de la inferioridad axiológica de dicha función -considerada en su contexto histórico- respecto de un deber de justicia siempre actual que tiene dos caras: hacia el animal que sufre y hacia nuestra propia dignidad. Apiadarnos de los demás seres, en la medida en que podamos hacerlo sin poner en riesgo a nuestra propia especie, eleva lo que de más humano se halla en nosotros.
(continúa)
Por el desarrollo del debate en tu blog percibo que aprecias estas reflexiones. Así, cuando valoras el argumento "educativo", que consiste (cito) en "fomentar en el hombre los sentimientos de compasión y de rechazo al sufrimiento como método pragmático para crear una sociedad menos cruel".
Este argumento debilita una objeción fundamental expuesta en el curso del debate en contra de la prohibición: se afirmaba que aunque hacer sufrir gratuitamente a un animal pueda denigrar al ser humano, "a nadie se le puede prohibir autodenigrarse". Ahora bien, no estamos hablando de una actividad puramente individual y privada, que no produzca un perjuicio objetivo externo al sujeto, sino de una práctica colectiva y pública, que implica directamente a otros seres vivientes y sentientes y que afecta a la imagen que un país proyecta de sí mismo. Por lo tanto, entra en el ámbito de lo legislable.
Dicho esto, me parece urgente buscar la coherencia ética a la que aludes. No casan con ella los festejos en los que se trata con saña a los animales (algunos de ellos, según tengo entendido, en la propia Cataluña); aún menos lo hace el desprecio al ser humano concebido y no nacido, marginado o indefenso. Creo que aquí se encuentra el motor cordial de tus objeciones: "La compasión por los animales no siempre va de la mano de una compasión similar por los seres humanos". Por ello toda esta cuestión, y el debate que lleva aparejado, no constituye un punto de llegada sino de partida.
¡Feliz mes de agosto!
¡Excelente argumentación, Pedro Jesús!
Hoy no podemos tolerar esos escenarios de crueldad en nombre del arte, de la tradición o de la fiesta. No lo debemos consentir porque el arte persigue siempre la excelencia y ésta participa del bien. ¿Qué valor artístico puede contener la tortura y el asesinato de un animal? Por otra parte, la tradición debería ocuparse de mantener vivo sólo aquello digno de conservarse. Si el perjuicio que hacemos a los animales no busca el bien, ¿por qué las corridas de toros sí merecen ser conservadas? Por último, me pregunto yo ¿qué pueblo puede poner, como pretexto festivo, el sufrimiento innecesario de un animal? Solo un pueblo de bárbaros, lógicamente. ¿Quién puede sentirse orgulloso de considerarse un bruto? Evidentemente, sólo los necios. ¿Es España un país de idiotas?
Si el mundo de los toros no generase tanto dinero, ya veríamos quién se iba a ocupar del mismo. ¿Cómo alguien que ama tanto ese animal y que dice ser su protector lo sacrifica después en un coso? ¿Acaso una madre sacrifica a su hijo en nombre del arte, del placer o del bien?
Hay que ser un canalla o un ignorante para negar que los animales tienen un sitema nervioso y, por lo tanto, que pueden sufrir y experimentar miedo. Siendo conscientes de esa realidad, ¿qué persona puede disfrutar con la tauromaquia? Alguien muy ignorante o insensible. Entonces se puede deducir que nadie que esté sano se deleitará viendo la muerte del toro. Así pues, la lidia parece más bien propia de personas enfermas. Si nadie prefiere el dolor a la salud, ¿cómo alguien sano va a juzgar agradable o ameno lo que es propio de la enfermedad?
Un saludo,
R. Hurtado
Buenos días. Si la cuestión a la que aludes, junto con el debate que suscita, es "un punto de partida" para abrir otro más profundo relativo al aborto y sus consecuencias, creo que en este caso has patinado de lo lindo. A todos estos que han debatido el tema de los toros en Cataluña (Mosterín, entre otros)y que tan peocupados están de los animales, les importa un pepino el asesinato de fetos indefensos. El trasfondo de todo esto sabes muy bien que es otro (político, de identidad, de desligamiento de españa, etc). No puedes mezclar los dos temas para defender la prohibición de los toros. Creo que en este caso tus argumentos no son válidos. Hay que acudir a la verdadera raíz de la cuestión para encontrar los verdaderos motivos de ésta. Esta gente representa una "tribu" (como bien dice Boadella) y hablan y actúan para ellos mismos. Lo siento, pero en este caso tus argumentos me parecen desafortunados.
Hasta otra.
Un antiguo alumno.
Estimado Rafael:
Tu comentario me ha parecido sincero, apasionado incluso, y arriesgado también. Casi he llegado a plantearme el publicarlo. Forma parte de mi "política" de gestión del blog no publicar comentarios que puedan entrañar un contenido insultante, y el tuyo (aparentemente) lo tiene... basta repasar la nómina de calificativos que dedicas a los aficionados a la tauromaquia. Con todo, me he decidido a publicarlo porque no personalizas; además, me das pie para desmarcarme de lo que dices.
No puedo estar de acuerdo con tu descalificación de los amantes del toreo. En primer lugar, porque la tauromaquia entraña valores antropológicos no desdeñables (parto de esa constatación en mi post); en segundo lugar, porque entre ellos se encuentran personas tan cultas y sensibles como Federico García Lorca, Fernando Savater o Luis María Ansón, por citar tan sólo tres nombres pertenecientes a ámbitos culturales diferentes.
Así pues, en este caso nos encontramos defendiendo una misma idea... con argumentos bastante diferentes.
Querido antiguo alumno:
¡Qué alegría, reencontrarte por estos lares! Perspicazmente has querido leer entre líneas en mi post, y eso te precia. Cada vez estamos menos acostumbrados a buscar segundos niveles de lectura, debido quizá a una cierta homogeneización a la baja en los discursos públicos.
Sin embargo, mi argumentación no va con segundas. Puede que esto revele una cierta pobreza de mi semántica intelectual, pero prefiero decir lisa y llanamente lo que pretendo decir. Es cierto que muchos de los que defienden actitudes compasivas hacia los animales evolutivamente superiores lo hacen por mor de causas espurias; ahora bien, esto no excluye que existan argumentos auténticos y buenos para sostener esas mismas causas. También aciertas cuando dices que algunos de ellos no ponen similar ardor cuando se trata de proteger al ser humano (por razones fundamentalmente ideológicas y no objetivas) y que constituyen una especie de "tribu" contradictoria y –añado yo– bárbara; pero, en este caso, la incoherencia es de esa tribu, no mía.
Hola Rafael. Seguro que tú disfrutas con el arte culinario, con comer una buena carne o pescado. Y seguro que sabrás el sufrimiento que esos animales padecen hacinados en granjas y fábricas. Por no hablar de como elaboran el paté que tan gustosamente tu paladar disfruta, etc, etc, etc. En tal caso, ¿te consideras un idiota, un enfermo, un bárbaro y un bruto? Pues esos animales también tienen sistema nervioso, y sufren y sienten miedo. Demasiada demagogia en tu argumentación. Posiblemente los taurinos amen más a los toros que tú. Por cierto, no sé si sabrás que el toro de lidia es para eso, para la lidia. Aunque tú prefieres su extinción, claro. Así no sufrirían más.
Saludos.
Un antiguo alumno
En respuesta al señor que me tacha de demagogo, le diré que soy prácticamente vegano, así que ha errado en sus suposiciones.
Mi paladar, además, no se deleita con la alimentación, pues ésta es una necesidad y sería poco prudente por mi parte encontrar placer en la necesidad, pues la exigencia de su satisfacción podría convertirme -en cierto grado- en su esclavo. ¿Qué persona libre desea convertirse en esclavo? La libertad, como el bien, se contentan no con la satisfacción de una necesidad, sino (acaso) con la ausencia de la misma. Así que, lo lamento, pero no disfruto con bla bla bla ni tampoco con lo que habitualmente encuentro en el plato de comida: lo que ingiero es para mi sustento, no para mi felicidad. No obstante, uno agradece, por supuesto, que los alimentos se hayan cocinado correctamente. Una cosa no quita la otra.
En cuanto al toro de lidia, vuelve a errar usted. Yo no deseo que desaparezca. Que los amantes de los toros cuiden de ellos y no permitan que mueran en la plaza. Su destino no lo determina ningún hombre. ¿Quién puede arrogarse tal derecho? Larga y plácida vida al toro de lidia, y que muera sin dolor de forma natural en el campo, y no atravesado por decenas de aceros tras una larga e injustificable agonía.
Le invito a que en el futuro modere sus palabras cuando se dirija a un desconocido, pues corre el riesgo de que le saquen los colores. No olvide que una de las virtudes que enseña la filosofía es la prudencia. Y otra, la mesura.
Reciba un cordial saludo,
Rafael.
Buenos días, estimado don Pedro Jesús:
Discúlpeme el usted y el don, pero no me acostumbro.
No es mi intención resultar violento en mis argumentaciones. Dado que usted es filósofo, seguí una forma de argumentar que es muy propia de algunos filósofos clásicos: mediante preguntas y respuestas, llegar a cierta conclusión o enseñanza.
Creo que me conviene, entonces, explicarme a mi manera. Pido disculpas si, por querer hacer hermano mi discurso al de los filósofos, tórpemente o con demasiada vehemencia he expresado mis ideas.
Le explicaré: Para mí la vida a veces no tiene mucho sentido. Por educación, por estar en el mundo, supongo, siempre felicito al que acaba de ser padre o madre, aunque en realidad querría darle el pésame. Este mundo es cruel e injusto. ¿Para qué traer otra vida inocente? Pero, precisamente por eso, me gustaría mucho erradicar el dolor, la tristeza y la enfermedad. La pena es que no sé cómo hacerlo aún. No he dado con la fórmula mágica.
Sí, he dicho que, en ocasiones, la vida carece de sentido para mí; no obstante, ya que uno está aquí, habrá que seguir hasta el final y esforzarse por ayudar al prójimo. Entonces, uno está con los desfavorecidos, con los más vulnerables. Yo también me siento así a veces, por lo que la identificación con esas personas no me cuesta mucho esfuerzo.
No voy de santo ni soy perfecto, que quede claro. Pero hay algo que me revuelve el estómago: ver sufrir. Ya sé que usted sabe a dónde voy a parar con todo esto. ¿Qué vida más vulnerable que la de un animal indefenso? Exacto.
No sé si alguien puede ver algo de belleza o de interés humano en ver la derrota, el sufrimiento y la muerte de un animal. Yo veo una acto injusto. Veo la sangre de un animal. Veo sus lágrimas. Veo su miedo. Veo como poco a poco va perdiendo las fuerzas y agónicamente intenta mantenerse sobre sus patas. Ignoro si pensará. Ignoro si sentirá del mismo modo que podría sentir yo si estuviera en su situación. Pero sé algo: todo eso es innecesario, puede evitarse. Me cuesta creer que alguien pueda deleitarse siendo testigo de ese espectáculo atroz. Hace poco eran los cristianos los que estaban en el lugar del toro... Yo querría ir al centro mismo del coso, abrazar al animal, llevarlo de allí, curarlo y darle una vida tranquila lejos de todo riesgo. Es evidente que mi postura en este caso es rotunda: ¡no a la corrida de los toros!
Ahora bien, por otro lado ha salido el tema de la política. ¿Es conveniente prohibir? Hmm... creo que no. ¿Por qué? Porque la prohibición implica un fracaso de la educación. Me parece más acertado enseñar a las personas lo que está bien y lo que no. Así de mayores no habría que prohibirles nada. En el caso de Cataluña, además, se ha dicho que la prohibición tiene una intención oculta, el antiespañolismo, etc. ¿Quién lo duda? Existen festejos en Cataluña, considerados muy propios de allí, en los que se lastima a animales. Y esos no los prohiben. Entonces, ¿cuál es el verdadero motivo que impulsa al gobierno catalán a prohibir los toros? Personalmente, yo lo que veo es que, al menos en este caso, no hay mal que por bien no venga.
Además, ¿en qué me perjudica esa decisión política? ¿Qué es ser español? Soy español y nunca he visto bien las corridas de toros.
Que Dios me libre de hacer ninguna comparación, por favor, y menos aún de dar ningún nombre. Quede claro. Pero tengamos algo muy presente: Caravaggio y Sócrates también eran personas sensibles y llenas de talento, de genialidad. Eso nunca fue óbice para que tuvieran un lado turbio o bien que dieran por buenas prácticas que hoy consideramos repugnantes. Uno puede ser un excelente escultor y luego tener esclavos o acostarse con efebos.
Un saludo,
Rafael.
Estimado Sr. Rafael, me pide mesura y prudencia en mis palabras cuando el único que ha faltado al respeto a miles de personas llamándoles bárbaros, brutos, crueles, insensatos, necios, ignorantes, insensibles, enfermos, insanos, etc. ha sido usted. La verdad es que se ha retratado, sin duda es usted de esas personas que hoy en día proliferan por doquier que no admiten ninguna crítica pero sí que pueden ustedes decir lo que quieran porque piensan que poseen la verdad absoluta. No practique el "ismo" radical, y no se apunte al carro de los palmeros de turno, que ya abundan a lo largo y ancho del país. Así nos va.
En cuanto a que corro el riesgo de que me saquen los colores, que quiere que le diga, no sea infantil. Su último párrafo le sobra porque le envilece, y creo que este Blog lo desmerece.
Que pase un buen día.
Adios.
"sin duda es usted de esas personas que hoy en día proliferan por doquier que no admiten ninguna crítica pero sí que pueden ustedes decir lo que quieran porque piensan que poseen la verdad absoluta. No practique el "ismo" radical, y no se apunte al carro de los palmeros de turno, que ya abundan a lo largo y ancho del país"
Lo que usted diga.
- Rafael.
Querido Rafael:
Muchas gracias por su mensaje del 20 de septiembre (que, en realidad, es el último de la serie, pero por algún motivo que desconozco aparece intercalado entre otros). Me doy cuenta de qué lo motiva y de la sinceridad que destila.
Tiene razón: en sus comentarios sobre la tauromaquia ha empleado a veces un registro que puede llegar a ofender. Pero esta disculpa le honra y deja muy claro desde dónde habla. Gracias de nuevo.
Comienza usted con una auténtica declaración de convicciones: “Este mundo es cruel e injusto. (…) Pero, precisamente por eso, me gustaría mucho erradicar el dolor, la tristeza y la enfermedad.” En pocas líneas condensa algunas ideas que aúnan a todos los hombres de bien. Gracias por decirlo así. También yo constato la crueldad y la injusticia (¿crecientes?) en numerosos ámbitos de la vida social y política, nacional e internacional. Permítame, sobre esta base, compartir con usted un pensamiento: no debemos dejarnos abrumar por el mal. Es mayor el bien contenido en la trama del Universo. El mal nos desanima y nos escandaliza porque contradice el profundo anhelo de orden y armonía que llevamos tejido en la entraña de nuestra humanidad.
A la luz de lo que dice se entiende muy bien lo demás: las reflexiones sobre la tauromaquia y los condicionantes políticos. Usted comprende, tan bien como yo, que se trata de derivaciones de un principio fundamental; es sobre la base de este principio que debemos llegar a acuerdos con los demás. Estoy seguro de que mi antiguo alumno y usted se entenderían sobre esta base. Y de que compartimos el deseo de una sociedad más pacífica, en la que podamos desarrollar plenamente nuestra humanidad en armonía con la Naturaleza.
Gracias a Rafael y a mi antiguo alumno por este debate. ¡Un abrazo!
A usted, Juan Pedro.
Estoy de acuerdo en todo lo que ha escrito y también estoy convencido de que, aunque sea difícil y nos cueste mucho esfuerzo, el bien prevalecerá.
Un saludo,
Rafael.
Hola Rafael. Le pido disculpas, no quisiera que se llevara un mal recuerdo de este antiguo alumno. Su segunda intervención del día 20 no aparecía en el blog, por lo que me dejé llevar por la palabras que me dedicaba en la primera. Que tampoco justifica que le dedicara ese párrafo al que usted alude. Como bien dice Pedro Jesús todos "compartimos el deseo de una sociedad más pacífica, en la que podamos desarrollar plenamente nuestra humanidad en armonía con la Naturaleza". Aunque cada uno con sus ideas, costumbres, cultura, etc, pero siempre con respeto hacia al otro.
Espero compartir más debates con usted en este interesante blog.
Hasta la próxima.
Saludos.
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