lunes, 7 de mayo de 2012

Tomarse la evolución en serio





































Que nosotros, la especie humana, el asombroso árbol de la vida y el mismo cosmos hemos emergido en el transcurso de una progresión evolutiva es algo que hay que tomarse en serio. El pasado viernes volví a ver, junto a mis estudiantes de Antropología, el film de Stanley Kubrick 2001: a Space Odyssey (1968). Se trata de un asombroso acercamiento fílmico a ese tomarse en serio la evolución: desde el salto de la mente prehumana a la inteligencia reflexiva hasta la sofisticación de la cultura que coloniza el espacio... y aún más allá.

La proyección tuvo lugar en el marco del ciclo “Antropología cinematográfica”, promovido desde la Universidad CEU Cardenal Herrera, que dará lugar al segundo volumen colectivo auspiciado por el Círculo de Filosofía y Cine. Para abordar la inserción del ser humano en el marco biológico-evolutivo le pedí su colaboración a Carlos Castrodeza, catedrático de la Universidad Complutense conocido por sus aportaciones a la filosofía de la evolución. Su capítulo me llegó ya hace varios meses. Castrodeza falleció el pasado 16 de abril. Lo hizo como había vivido, entregado hasta el final al estudio y la docencia.

Colocándose en la estela dejada por Darwin en The Descent of Man (1871) y adhiriéndose a una comprensión extrema del reduccionismo ontológico, entendido como pauta obligada de la explicación científica, Castrodeza ha defendido un naturalismo radical desde un erudito conocimiento de las corrientes biológicas contemporáneas. Cito un párrafo de su capítulo inédito:

Aunque se considere como una estructura más del orden natural, el hombre presentaría una peculiaridad que le hace propenso a ser considerado como un organismo aparte en el sentido, como bien se sabe, de que su racionalidad autoconsciente supone una singularidad que no aparecería en ninguna otra estructura orgánica. Aunque esa singularidad habría evolucionado indudablemente desde una base orgánica, como ya se ha señalado. Singularidad que en los términos, por ejemplo, del conocido filósofo de la ciencia Karl Raimund Popper se añade a su mundo orgánico (un primer mundo), constituyéndose en un segundo mundo que sería el que incluye su autoconciencia y, sobre todo, un tercer mundo que comprende su obra tanto artística como tecnológica y epistémica en general – todo lo que, en definitiva, es obra proveniente de su pensamiento en su calidad de singularidad orgánica. Pero claro, en principio y como disciplina metodológica, aunque la operación salga onto-epistémicamente cara , conviene –metodológicamente al menos, como digo– considerar al hombre como un organismo más y, en todo caso, comprobar sobre la marcha si hay características que en principio se escapen a esta consideración con el objeto de naturalizarlas como primera providencia epistémica.

Racionalidad autoconsciente: una singularidad para cuya problemática emergencia Kubrick destiló el símbolo del monolito. En palabras del cineasta: “Por muy vasta que sea la oscuridad, nosotros hemos de aportar nuestra propia luz”.

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En la imagen: “2001: A Space Odyssey - Soviet Nuclear Bomb Platform”, por Dallas1200am (fuente: flickr.com).

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