domingo, 10 de junio de 2012

Los sistemas de control del neocapitalismo (2 de 3)


















Aún en Madrid, seguía dándole vueltas al modo en que el neocapitalismo acalla sin aspavientos las voces críticas: generando necesidades artificiales que, al venir inoculadas con éxito en la población, la convierten en adicta de los bienes de consumo que el sistema le proporciona. Poco importa que se trate de teléfonos móviles, programas de telebasura o créditos preconcedidos: el muestrario de opciones crea la ilusión de que por fin se es libre como el viento (no deja de resultar sintomático que una conocida marca de telefonía haya asociado su publicidad a ese lema).

La reducción del horizonte vital es, en el fondo, el gran problema. Otros modos de vivir quedan al margen por el espejismo de que la existencia se decide en esos parámetros y con esas reglas de juego. Como si no se pudiera mejorarlas, o inventar otras. Como si no hubiese felicidad colectiva distinta del libre acceso a los productos de consumo. He ahí la entraña, profundamente reaccionaria, de ese neocapitalismo que se perpetúa secuestrando las conciencias.

Y lo peor es que ese sistema no nos hace libres como el viento, sino que sólo nos empuja a creerlo; no ama a las personas que lo sustentan, sino que las exprime para vaciarles el bolsillo; no las concibe como seres humanos, llamados a convertirse en la mejor versión de sí mismos, sino como carnaza para el consumo -que, en el fondo, es consumida- y como instrumento de la productividad del sistema, cuyos engranajes engrasa al haber introyectado la necesidad de sus productos.

No se trata de desajustes en el procedimiento (aunque también los haya), sino de una falta de sustancia en el ethos - en el sentido de: hogar moral que habitamos. Un ethos que no es liberador sino esclavizante. Convertirse en cosas, reificarse (Verdinglichung): "Ésta es la forma más pura de servidumbre: existir como instrumento, como cosa".

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En la imagen: estatua ecuestre de Carlos III emplazada en la Puerta del Sol, realizada por Eduardo Zancada y Miguel Ángel Rodríguez según modelo de Juan Pascual de Mena (fotografía propia, 05/06/2012). La frase citada en el último párrafo proviene de la obra de Herbert Marcuse One-Dimensional Man, en la traducción de Antonio Elorza: El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Ariel, Barcelona 1990, p. 63.

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