viernes, 29 de marzo de 2013

La condición humana. Reflexiones a partir de Bach
























Siempre he amado la bachiana “Pasión según san Mateo”. No sólo a causa de su música, sino también por sus textos poéticos, naifs incluso, a menudo tan próximos al bíblico Cantar de los Cantares. Tan cautivadores que uno se adhiere espontáneamente a su sentido espiritual. Junto con todos los que han cantado y amado esta música, podría decir también: «Cuando deba partir / no te separes de mi lado; / cuando tenga que sufrir la muerte / ¡sal tú entonces por mí!; / cuando los terrores más hondos / me cerquen el corazón, / líbrame de la angustia / por tu angustia y tu dolor.»

Así suena la novena estrofa del canto “Oh rostro lleno de sangre y heridas”, según el texto escrito por Paul Gerhardt (1607-1676); la melodía, en cambio, proviene de Johann Crüger (1568-1662). Ambos –texto y música– fueron empleados por Johann Sebastian Bach (1685-1750) en su “Pasión según san Mateo”, así como en la cantata “Mirad, subimos a Jerusalén” y en el Oratorio de Navidad.

Bach logra asombrarnos con las musicalizaciones –tan diferentes en registro– de esa única melodía. En la Pasión, texto y música son entonados por un sufriente pueblo que acompaña con íntimo dolor a Cristo en su bajada al abismo del sufrimiento; en el Oratorio expresan, entre percusión jubilosa y trompetas de triunfo, la dicha por el nacimiento del Salvador. Una melodía y dos sentidos contrapuestos.

Hay aquí una (aparente) paradoja en la que conviene reparar. En el film Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993), C. S. Lewis alude a algo similar. Se refiere ahí a la dicha experimentada junto a su difunta esposa para mostrar las dos caras del amor: la tristeza de la inexorable pérdida formaba ya parte del gozo de tenerse el uno al otro; y la alegría de entonces forma parte de la tristeza de ahora. Se trata de la paradoja del amor.

Los caminos del amor encierran toda la dicha y todo el desgarro del mundo. Esa dialéctica teje la trama de la condición humana mientras nos hallamos en camino. La música y la poesía nos introducen en ese misterio. Cristo personifica el desafío de un amor incondicional y eterno, tierno y sin medida, que viene al encuentro del hombre en el abismo del desamor y de la muerte. «Tu boca me ha deleitado / con leche y dulces manjares; / tu espíritu me ha colmado / con incontables goces del cielo.»

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Artículo propio publicado en el diario Información, edición Elche / Baix Vinalopó (26/03/2013).En la imagen: "Descendimiento", por Caravaggio, hacia 1602 (Museos Vaticanos).

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