viernes, 3 de abril de 2009

Carta abierta a Manuela: Mosterín, aborto, potencia y acto



A principios de marzo publiqué una entrada en este blog dedicada a la cuestión del aborto ("Una chica de nuestra ciudad"). No era la primera ocasión; ya la había afrontado, al menos, en otra ("Despreciar la ciencia"). Una lectora, Manuela, ha respondido a ese último post sobre el tema reproduciendo gran parte de un artículo de opinión publicado por Jesús Mosterín el 24 de marzo en El país y disponible en red ("Obispos, aborto y castidad"). Considero un deber moral tomarme en serio a las personas que hablan conmigo, o que me escriben. Por ese motivo he querido exponer a Manuela varias reflexiones. Comencé a escribir... y el resultado excede, a mi modo de ver, la extensión propia de una respuesta en un foro. Así que voy a reproducirlo aquí, a modo de nueva entrada.


Estimada Manuela:

Ante todo, un cordial saludo. La indignación a la que hace referencia es buena señal: significa que es usted una persona sensible a las cuestiones morales (la “justa indignación” constituye, según Aristóteles, una virtud en sentido propio). También a mí me pasa a veces. Con mucho gusto he publicado su entrada en mi blog. Permítame que le haga notar ahora, con la misma disposición, que el artículo que reproduce sí deja cabos sueltos – ¡y cuántos!

Lo leí en El país el mismo día de su publicación. Y es que los defensores de políticas alternativas al aborto no somos –no, desde luego, en mi caso– “fundamentalistas” que no ven más allá de su nariz. ¿Se ha dado cuenta de los apelativos que Jesús Mosterín nos dirige en su artículo (en la parte no reproducida en su mensaje)...? Muy poco caballeroso, y muy poco filosófico. El diálogo en democracia exige respeto, buen trato, sensibilidad hacia los matices. Y exige apertura. Procuro estar informado de los argumentos de los demás. Y procuro seguir la pista a los principales diarios, incluido El país, que en varios sentidos es un excelente periódico del que he sido suscriptor. Eso sí, todo ello no tiene porqué mutilar mi sentido crítico: sentido del que medios como éste y autores como Mosterín han abdicado en esta materia, más preocupados por las resonancias ideológicas de la cuestión.

El argumento central de Mosterín aparece al inicio del texto que usted reproduce: "La campaña episcopal se basa en el burdo sofisma de confundir un embrión (o incluso una célula madre) con un hombre". Dos errores de bulto se cuelan ya aquí. En primer lugar, confundir al Episcopado con los que defendemos políticas alternativas al aborto (¡que yo sepa, no soy obispo!). En segundo lugar, afirmar que identificamos al embrión con un ser humano adulto. ¿En qué cabeza cabe eso? Está claro que el embrión constituye la fase inicial del desarrollo de un organismo, que sólo varios años después llegará a la adultez. Ahora bien: ese organismo pertenece, gracias a la estructura de su ADN, a la especie humana; si dicho proceso no es obstaculizado (por causas naturales o artificiales), dará lugar a un ser humano adulto. Esto es científicamente evidente gracias a la genética. Decir que "el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso" no deja de ser una frase sorprendente: el principal motivo para buscar soluciones alternativas al aborto es de orden científico y ético.

El autor intenta fundamentar su postura aludiendo a un filósofo tan respetado como Aristóteles: concretamente, a su distinción entre potencia y acto. Una bellota no es un roble en acto. Es fácil constatar que se trata de un roble en potencia. Del mismo modo –añado– el embrión no es una persona plenamente actualizada: constituye una fase inicial de su proceso de actualización. Por cierto: tampoco un bebé de doce meses es una persona plenamente actualizada; ni un niño de diez años. Más aún: a lo largo del día, usted misma pasa por fases en las que, por decirlo así, “retrocede” en la actualización de sus operaciones superiores (las que Aristóteles relacionaba con el alma racional, específicamente humana); así, por ejemplo, durante el sueño adopta usted una forma de existencia de muy bajo perfil desde el punto de vista de la actualización de sus potencialidades. Lo mismo se podría decir de un ser humano bajo los efectos de la anestesia total. ¿Significa todo ello que matar a un bebé de doce meses, a un niño de diez años o a una persona durmiendo o bajo los efectos de la anestesia total no tiene gravedad moral? ¿Habría que aceptar que un ser en esas fases de su desarrollo, o en períodos de escasa actualización de sus potencialidades, no es un ser humano en absoluto...? Incluso el propio Mosterín tiene que reconocer -no le queda otro remedio- la relación genealógica, ontogenética, entre el embrión y el ser humano adulto.

A lo anterior añade Mosterín un argumento sociológico: otros países permiten el aborto. Se trata de un razonamiento realmente débil. Basta una analogía para mostrar su debilidad: el mundo entero permitió durante siglos que se esclavizase a ciertas razas o clases; ¿significa eso que habríamos tenido que cerrarnos al progreso moral que supuso la abolición de la esclavitud...? Refugiarse en el "muchos lo hacen" no es más que una excusa para evitar pensar por sí mismo.

Por último –por lo menos, en lo que respecta a la parte citada del artículo–, la chusca referencia a la castidad. Claro está que si nuestros padres hubiesen renunciado a las relaciones sexuales, no existiríamos (de igual modo que si nos hubiesen abortado, señala el autor). O si no se hubiesen conocido, añado yo. O si uno de ellos hubiese fallecido antes de nuestra concepción. Pero de ello no se deriva en modo alguno que el aborto sea –ni de lejos– moralmente equiparable a la castidad. En ninguno de tales casos ha llegado a existir un ser humano en desarrollo orgánico unitario (de la potencia al acto, por volver a Aristóteles). En el caso del embrión, sí.

En fin: ya ve usted qué cantidad de cabos sueltos y de pseudo-argumentos. Desde Alemania, el investigador Francisco J. Soler les ha aplicado el bisturí de la crítica en un artículo en prensa digital, al que después ha seguido otro. Pero permítame referirme, por último, a su alusión inicial al derecho de la mujer a elegir libremente. Que un pretendido derecho entre en colisión con derechos fundamentales ajenos es buena muestra de que no era tal. Pero la cuestión es, si cabe, aún más grave. Se publicita el aborto –de auténtica propaganda tildaría esa identificación entre "aborto" y "derecho a la libertad"– como solución a un problema. ¡Qué dramática confusión!

¡Cuántas personas –miles– están sufriendo bajo los efectos del síndrome post-aborto! Se trata de un síndrome con secuelas psicológicas tipificadas; existe abundante literatura al respecto, tanto informes médicos como testimonios de mujeres (por ejemplo, el de Mª Esperanza Puente en "Yo pasé por ahí", Unidad 8 [mayo 2008] 10-12). Otras personas sufren a causa de una decisión precipitada de su pareja. Ojalá todos encuentren pronto la paz interior: nadie está tan lejos de ella que no pueda hallarla. ¿Realmente es tan liberador el aborto? ¿No sería más razonable y más civilizado buscar soluciones alternativas? ¿No las tenemos, hoy, al alcance de la mano? Miles y miles de matrimonios esperan largamente su turno para adoptar bebés. ¿No podrían salvarse todos: madre e hijo? ¿Por qué ese afán por elegir la solución menos razonable, menos aceptada, menos buena para todos…?

No, Manuela. No puedo aceptar argumentaciones tan falaces como las que Mosterín esgrime en este caso. Ni la ciencia ni el sentido común avalan esa postura. Como tampoco legitiman cualquier medida contra el aborto, o la simple inhibición: es preciso ayudar activamente a las madres en apuros. No sería justo que me encasillase: ni soy fundamentalista, ni neocon, ni lindezas similares. Soy una persona de mi tiempo, procuro cultivar mi sensibilidad hacia los matices y el sentido crítico. Precisamente por eso no estoy dispuesto a insultar a nadie ni quiero que se criminalice a víctima alguna. Sólo deseo que logremos ponernos de acuerdo en torno a la racionalidad y al amor por el ser humano.

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En la imagen: "Hope", por Herby_fr (fuente: www.flickr.com).

16 comentarios:

Carmen dijo...

Me gusta la imagen que has elegido para esta nueva entrada porque guarda un gran simbolismo.

Parece que aún hay Esperanza en medio del desierto que atravesamos. El buzón está aún vacío, pero no quiere decir que ya no se pueda llenar. Ojalá sea así, ojalá cambien muchas cosas. Ojalá la voz de la conciencia que intentamos acallar día día pueda hablar un poco más fuete, en lugar de susurrar...

Gracias por esta nueva entrada.

Carmen

Anónimo dijo...

Estimado Pedro J.: ni mis argumentos te konvencen -o los de Mosterín, da igual- ni a mí los tuyos. Al final, esto es como la fe en Dios, y yo no la tengo, como tampoco nadie va a cambiar sus opiniones por leer unos argumentos mejor o peor esbozados. Me parece estupendo que tengas ese amor a las personas, y que lo traduzcas en el rechazo al aborto, me parece genial. Yo también amo al ser humano, por eso me parece razonable que una chica de 16 años tenga una posibilidad dentro de la legalidad de no destrozar su vida para cargar con otra no deseada. No está en condiciones de hacerlo -generalmente-. Por eso, si tú, Pedro J., fueses una chica embarazada de 16 años, me seguiría pareciendo genial que decidieses tener al hijo en cuestión. Pero me parecería horrible que a mí, chica embarazada de 16 años, no se me permitiese abortar y tuviese que sacar adelante a una criatura sin haber crecido yo todavía, sin poder darle la vida que se supone adecuada, y perdiendo la posibilidad de hacer algo con la mía, de estudiar, en fin, de tener una vida y disfrutarla, que pa´eso vivimos.
No entiendo esas manifestaciones frente a las clínicas abortistas. Si estás en contra, no lo hagas! Pero déjalo estar, porque los demás queremos. Aunque cueste aceptarlo, a veces un aborto te salva la vida.

Saludos.
Manuela

Pedro Jesús Teruel dijo...

¡Querida Manuela!

Me alegro de recibir esta respuesta tuya. Indica que no estás cerrada al diálogo, cosa que te honra.

He de confesarte que tu contestación me ha dado mucho que pensar. De hecho, no he querido responderte inmediatamente. Manuela, me da la impresión de que no te has parado a reflexionar sobre mis argumentos: has contestado sobre la base de consignas que tú misma has establecido y con las que estás familiarizada. Vuelves a presentar el aborto como única salida posible a una situación extrema: pero no es así, hay alternativas. Y te refieres a él como solución no problemática, obviando todas las complicaciones relativas al síndrome post-aborto.

Pero lo que más me preocupa es el motivo de fondo. Parece que legitimas el aborto sobre la base de la necesidad de disfrutar de la vida. Manuela, no puedo disfrutar de la vida a cualquier precio. No puedo hacerlo a costa de la vida de otro. No puedo hacerlo esclavizando o explotando a otro. No puedo hacerlo pasando por encima de la integridad o de la dignidad del otro. ¿Realmente no te das cuenta de que ese argumento puede ser utilizado (y, de hecho, históricamente lo ha sido) para legitimar auténticas aberraciones? En esto, vuelves a obviar un punto central: la continuidad ontogénica entre un embrión de la especie humana y un ser humano adulto. Y esto me lleva a la última perplejidad.

Dices que con esto sucede como con la fe. No, Manuela. He expuesto argumentos racionales, públicamente contrastables, no dependientes de Revelación alguna. De ti se requiere lo mismo. Es más, así avanza la democracia: sobre la base del diálogo público, fundamentado en argumentos racionales. Por eso me llama tanto la atención que digas que "nadie va a cambiar sus opiniones por leer unos argumentos mejor o peor esbozados". ¿De verdad lo crees así...? El progreso de la Humanidad se ha realizado siempre gracias a personas que han cedido ante argumentos mejores, ante evidencias racionales relativas a lo verdadero y a lo bueno. Así sucede en la ciencia, y en la ética.

Lo contrario es la ideología: aferrarse a los propios puntos de vista, sin atender a razones. Pero tú, si no me equivoco, tienes sensibilidad a los argumentos: si así no fuese, no te habrías decidido a escribir. No se trata ya del pasado, Manuela: se trata del futuro. Con nuestro modo de pensar construimos el porvenir. El pasado queda atrás, y puede ser redimido. Esto vale para mí, para ti, para todos nosotros. En la racionalidad nos podemos encontrar todos.

¡En fin! Seguro que si nos conociésemos personalmente haríamos buenas migas. Con mucha probabilidad estamos geográficamente lejanos: internet nos da la oportunidad de encontrarnos y de enriquecernos mutuamente. ¡Abrazos!

Anónimo dijo...

Hola Pedro J.!

Releyendo mi contestación anterior, creo que tengo que matizar algunas cuestiones, pues me dejé llevar un poco. Es cierto que hay que abrirse al diálogo para crecer como personas –o como sociedad-, por supuesto. Lo que intentaba decir con lo de convencernos o no el uno al otro, es que esto es un problema de fondo. Hay argumentos, los hay, claro que sí, pero seguro que no vamos a llegar a ese punto común que se supone el final de una discusión, o debate, o como queramos llamar a este intercambio de ideas. No por nada, yo entiendo tus razones, seguro que tú las mías también. Pero te hablo con conocimiento de causa. Casualmente he vivido muchas veces y muy de cerca este asunto, me ha interesado siempre conocer el lado humano, valorar las consecuencias, por eso me atrevo a afirmar que, por mucho síndrome post-aborto que exista, en algunos (muchos) casos ése es un problema menor (un problema que tú pones como universal, además de aumentarlo sospechosamente de tamaño, de importancia). El problema mayor sería seguir adelante con ese error que se convertirá en persona, un hijo al que se querrá, por supuesto, pero que nos hará renunciar a nuestra propia vida. ¿No es eso morir en vida, esclavizar la tuya al servicio de otra?

Me pides argumentos razonables y públicamente contrastables. Yo sólo puedo ofrecerte hechos, testimonios de quienes han pasado por esta intervención, y de quienes no lo han hecho y han perdido su vida de adolescente, siendo obligadas a vivir una vida que no les corresponde. Te ofrezco realidades de todos los colores, hay para elegir, futuros rosas, blancos o negros. Si acaso siento algo es no ser capaz de expresarme de forma tan persuasiva como tú lo haces.
Disfrutar de mi vida no es un argumento que legitime ninguna aberración, no considero aberración el abortar. Lo que no podemos hacer es negar el avance de la ciencia; claro que apuesto porque vaya sujeto a unas normas éticas y morales, de lo contrario, acabaríamos experimentando con personas como los nazis en los campos, con la excusa del “todo vale”. Pero es muy difícil delimitar la frontera para no llegar a ese "todo vale". Seguramente, tú tienes una idea de lo verdadero y lo bueno que no coincide con la mía, ¿qué argumento es mejor, si ninguno está dispuesto a ceder?
Creo que me estoy yendo por las ramas, no sé bien cómo explicar un sentimiento. Pero no puedo defender, ni estar de acuerdo, con la postura que tomas ante este asunto, tan similar a la que adopta la Iglesia en estos temas; no hay más que fijarse en lo que dijo el Papa hace un par de semanas. Creo que la Iglesia está encorsetada en unos principios arcaicos, negando el avance de la ciencia, y de la sociedad, una sociedad que es naturalmente dinámica, y, por tanto, no adaptable a principios sumamente rígidos como los que defiende el catolicismo.

Y, resumiendo, creo que cuestiones tales como el aborto, o la investigación con células madre, o el uso del condón, fueron superadas y aprobadas hace un tiempo por la sociedad, pero no por la Iglesia, y ahí está el problema. Las normas sociales se van renovando, van adaptándose a las necesidades del ser humano. Mira los griegos, que tenían su matrimonio homosexual al mismo tiempo que mantenían relaciones sexuales con sus efebos de forma totalmente natural, era algo lógico. Eso ahora es impensable. De hecho, sigue existiendo gente que condena la homosexualidad (hoy he leído en el diario Público que una profesora de Bioética de la UCAM, Murcia, ha sido denunciada por unos alumnos por definir la homosexualidad como una “enfermedad mental” en una ponencia. Y no digo más).

En fin, que creo que negarse a la investigación científica, y a las ayudas que nos pueda prestar para mejorar nuestra vida dentro de unos límites razonables, es, cuando menos, irresponsable. No creo que se trate de ideología, siempre me gustó formar mi opinión escuchando al otro. Pero la Iglesia no escucha al ser humano del siglo veintiuno, y así, hablar de futuro se me antoja demasiado negro. Esperemos que la cosa cambie, y que lleguemos a un acuerdo razonable para todos, para ti, para mí. SEguro que lo hay.

Un saludo, Pedro.
*(Es probable que algún día nos crucemos, no estamos tan lejos!)

Manuela

Pedro Jesús Teruel dijo...

¡Querida Manuela!

Gracias de nuevo por tu mensaje. Lo he leído con atención y con cariño. Sigamos, pues, dialogando.

Entiendo bien lo que me dices: estás pensando en el futuro de la madre, en sus posibilidades de realización como persona. Y consideras que el aborto, en ciertos casos, puede servir para salvar su porvenir. Puesto que los principios de los que partimos son distintos, temes que no sea posible encontrar un punto en común que nos ayude a adoptar una posición compartida, un acuerdo razonable.

Sí es posible, Manuela. Tú misma lo apuntas al final. Se trata aquí como con el reciente terremoto en Italia: hay que salvar a todos, debemos comprometernos con la vida de todos. Y eso es posible. Lo es para la madre, si recibe afecto, apoyo y ayuda económica o asistencial; lo es para el hijo, que en los casos en los que se requiera podrá ser adoptado por familias que le recibirán con los brazos abiertos. Que todo esto resulta factible lo demuestra la experiencia. De esta forma ganamos todos: en primer lugar, la madre, que no deberá cargar con una decisión irreversible, que cercena el desarrollo de un miembro de la especie humana ya existente; gana también el hijo o hija, que podrá crecer en un entorno adecuado. No se trata de elegir un bien que excluye a otro: la madre o el hijo; ambos pueden ser preservados. Y ambos resultan dignos de serlo: el porvenir de una chica embarazada y la vida de un ser de la especie humana, con todo el futuro por delante.

Creo, además, que esta posibilidad es la más acorde con el estado actual de nuestro desarrollo científico y social. Precisamente el avance de la ciencia nos persuade de que el embrión es la fase inicial de evolución de un individuo de la especie humana, pilotada por un ADN específico y personal. Y es nuestro desarrollo social actual el que abre vías practicables para que ambos –madre e hijo– se salven. Renunciar a promover ese bien global sería irracional. Es la razón -y no credo alguno- la que exige de nosotros que estemos a la altura de lo que este desafío histórico requiere de nosotros. ¡Busquemos el mayor bien posible para todos!

Gracias, Manuela, por este último mensaje tuyo. Y me alegro de que exista la posibilidad de que coincidamos – no sólo en la web, sino también geográficamente. No dudes en saludarme si te cruzas conmigo. ¡Abrazos!

Anónimo dijo...

No soy Pedro J., pero también te voy a decir querida Manuela:El referirme a todo lo que tú dices en tus comentarios a P.J., sería interminable porque hay materia para rato pero voy a intentar resumir un poco. ¿Cómo sabes tú que una chica, de la edad que sea, quitándose el "problema" del hijo no deseado va a ser feliz? ¿Quién te asegura a tí el tiempo que vas a vivir? ¿No crees que , incluso en ese aborto, se puede morir? De hecho, ha pasado muchas veces aunque eso se lo callan, especialmente a los que les interesa ganar dinero. ¡¡que ahí está el quid de la cuestión!!
¿Tiene derecho una chica a pasarse, "un buén rato" y luego no admitir las consecuencias? Yo creo que no, la vida que comienza dentro de ella, no le pertenece, es un ser único e irrepetible y al que no tiene derecho a destruir. Nosotros estamos llamados a cuidar la vida, no a destruirla.
Me da mucha pena que digas que no tienes fe porque, EL DIOS DE LA VIDA, es que nos da la luz para ver todo esto con claridad, (aunque hay gente que no cree y sabe que la ciencia en esto está de acuerdo co los que creemos)
En fin Manuela, habría mucho que decir pero sería interminable como te digo al principio. Espero no molestarte con mi comentario, no es mi intención.

Anónimo dijo...

Pedro J.: puede que tengas razón, estoy de acuerdo. Puede que la solución más válida para el problema sea dar al hijo en adopción.
Pero es que sigo sin intender por qué se llama asesinato a matar un feto de unas cuantas semanas, y no al uso del condón, por ejemplo. Vale, en el primer caso se produce el "milagro divino" de la vida, en el segundo todavía no. Pero estás tirando a la basura a lo que podría ser una persona! Estás evitando que tenga lugar ese triunfo de la biología para, a cambio, pasar un buen rato con otra persona. Si no me equivoco, hasta la 14ª semana el feto no empieza a desarrollar el sistema nervioso, aquello que la Iglesia llama "alma", y con lo que una persona siente y padece. Bajo mi punto de vista, el condón, la píldora del día después, el aborto, la vasectomía o la abstinencia sexual, deberían condenarse por igual por los que defendéis la vida frente a las clínicas abortistas. Y mucho me temo que la mayoría del citado gremio no tiene hijos cada nueve meses, ni deja de "amar" a su marido/mujer hasta que deciden aumentar la prole. (Que se nos ve el plumero!)
Hagamos ejercicio de empatía. Vamos a ser consecuentes.

Anónimo, sólo te digo una cosa, y te cito textualmente: "EL DIOS DE LA VIDA, es que nos da la luz para ver todo esto con claridad,".
Yo todavía no lo conozco.

Saludos.
Manuela

Pedro Jesús Teruel dijo...

¡Manuela! Hola de nuevo. Me gusta mucho lo que dices de la “empatía”. Claro que sí: para dialogar en serio hace falta ponerse en el lugar del otro, recorrer la argumentación del otro procurando hacerse cargo de sus motivos.

En tu último comentario planteas la cuestión radical: por qué un feto de algunas semanas haya de recibir protección. Y llevas el interrogante al extremo: si un feto humano ha de ser preservado, ¿por qué no se atribuye –o: por qué yo no atribuyo– la misma gravedad moral al aborto y al hecho de tener relaciones sexuales con preservativo, o al hecho de no tenerlas?

Me gustaría centrarme en esa cuestión básica de tu mensaje. Otros asuntos que nombras requerirían reflexiones más amplias. Por ejemplo, cuando te refieres al término ‘alma’, ambiguo y amplio donde los haya: para obtener algo de claridad sobre su significado habría que dedicar días de trabajo intensivo. Precisamente debido a esa ambigüedad yo procuro no utilizarlo; en mis clases de Antropología prefiero emplear el término ‘subjetividad’ o ‘dimensión subjetiva’, que alude de forma menos equívoca a los mismos fenómenos objetivos: ésos que configuran la especificidad del ser humano y lo distinguen estructuralmente de las especies más cercanas.

Otra cuestión interesante tiene que ver con las relaciones sexuales y con distintas formas de vivirlas a las que haces referencia: relaciones sexuales abiertas o no a la recepción de una nueva vida, e incluso abstinencia sexual. Se trata de un tema muy valioso, pero que queda lejos de nuestro asunto. A mi modo de ver, en todo ello resulta fundamental el concepto que se tenga del propio cuerpo. Yo defiendo una antropología unitaria, no dualista, en la que las relaciones corporales son una expresión de la interioridad y no un mero instrumento externo de placer. Esto último, en cambio, es típico de una cierta concepción, muy difundida actualmente, que escinde la interioridad de la corporalidad. Lo cual no deja de ser un fenómeno sociológico muy interesante: una especie de dualismo defendido en la práctica, muy a menudo, por personas que no creen en la dualidad cuerpo-espíritu. ¡Interesante paradoja! Pero, como ves, me estoy yendo por las ramas. Me has dado pie a ello :)

Volvamos a la cuestión fundamental. Se podría formular así, de forma breve: ¿por qué ha de ser considerado digno de protección un feto de pocas semanas? Creo que tú misma das la respuesta. Lo haces cuando dices que en el caso del embrión “se produce el ‘milagro divino’ de la vida”. No deja de hacerme cierta gracia que vuelvas sobre el vocabulario de tipo teológico (que yo no he utilizado en ningún momento). Se crea en Dios o en la Naturaleza, está claro que la fecundación –y, con ella, la unión de la dotación genética aportada por el padre y por la madre– constituye un proceso maravilloso (una res mirabilis, de ahí ‘milagro’). Pero el reconocimiento de esa maravilla no requiere de un credo específico.

Efectivamente, tú lo has dicho: en el caso del embrión fecundado tenemos un ser que está en relación directa, sin solución de continuidad, con el ser humano adulto. Te preguntas a continuación por el momento en que ese ser haya de ser considerado humano. Y aludes a uno de los criterios que se baraja en los contextos favorables al aborto: la estructuración del sistema nervioso. Ahora bien, las primeras células nerviosas, que están en el origen de dicha estructura, no esperan a la 14ª semana: se encuentran ya muchas semanas antes. ¿Habría que retrasar, entonces, el momento hasta la tercera semana, por ejemplo? Tampoco tendría sentido.

El núcleo de la cuestión se encuentra en la relación ontogenética entre el embrión y el ser humano adulto. El término ‘ontogénesis’ fue popularizado por Haeckel, el más ferviente introductor de Darwin en Alemania. Aquí juega un papel muy importante: se trata de la génesis del ser en cuestión. Si no se interrumpe el proceso (sea de forma natural o artificial), ese embrión se convertirá en un ser humano adulto, como tú y como yo (del mismo modo que fuimos adolescentes, niños y bebés, ambos fuimos embriones, y con ello se inició el desarrollo unitario de nuestro ser). La clave del proceso se encuentra en su inicio: en la formación de la secuencia de ADN que guía el desarrollo biológico de ese ser concreto, y que implica tanto su pertenencia a la especie humana como su individualidad.

¡Hasta la próxima ocasión, Manuela! ¡Que disfrutes estos días de primavera!

Alejandro Martín dijo...

Estupenda entrada y estupendo blog. He seguido los comentarios y me parece admirable, en un tema como éste, tu manera sosegada de argumentar. Y encima veo que tenemos un amigo común (Juan Arana). Un saludo.

Pedro Jesús Teruel dijo...

Bienvenido al blog, Alejandro. He echado un vistazo a tu perfil y compruebo que tenemos en común amigos -nuestro querido Juan, en particular- e intereses -la filosofía y la cultura alemanas de la época moderna, por ejemplo. Antes o después tendremos ocasión de encontrarnos. ¡Así lo espero!

Sanchez dijo...

Yo creo que, lamentablemente, no desmontas los argumentos de Mosterín.
En primer lugar, en lo que respecta al argumento relativo a la diferencia entre potencia y acto: afirmas que "ese organismo [el embrión] pertenece, gracias a la estructura de su ADN, a la especie humana". Un curioso argumento para enfrentarte al ataque de Mosterín, pues confunde justamente la potencia con el acto. Pues ese organismo, gracias a su estructura genética, no pertenece, sino "puede" pertenecer a la especie humana, que son dos cosas bien distintas. También un grano de trigo, gracias al ADN que contiene, puede convertirse en una espiga, es decir, en un ser vivo, que pertenece a una especie determinada. El hecho de que conservemos ADN de mamuts no significa que esta "especie" exista, incluso si la ingeniera genética tuviera la capacidad de crear un (individuo) mamut, una vez más "gracias a su ADN". A las especies pertenecen individuos, no individuos en potencia. Y esto es una cuestión fundamental para la cuestión tan tremenda que planteáis los abortistas: el homicidio. Sólo se puede asesinar a un ser vivo nato perteneciente a la especie humana, y no a un ser vivo en potencia.
Y esto me lleva al segundo argumento que esgrimes. El aborto no nos autoriza, por la coherencia de la argumentación, a matar a un bebé. En primer lugar, porque el embrión no es un humano nato, el bebé sí. En segundo lugar, porque, si bien el bebé no tiene la capacidad de pensar ni conciencia de sí mismo, hay muchas más razones para no matar a un ser humano. En primer lugar, porque tiene la capacidad de sentir dolor. En segundo lugar, porque, si bien depende de otros para subsistir, no depende exclusivamente de su madre para ello, por lo cual, si ella no quisiera hacerse cargo de su bebé, el asesinato no sería la única opción (ni la más razonable) para satisfacer su interés. Y cuando duermo o estoy anestesiado, no soy un ser humano en potencia, soy un ser humano que duerme o está anestesiado, es decir, un ser humano que antes de dormir ha elegido que no quiere que nadie le haga daño mientras duerme. Si asesinamos a un anestesiado, no matamos a un ser autónomo en potencia, matamos a un ser autónomo que duerme, y que antes y después de dormir tiene la capacidad de expresar sus preferencias, entre las que "no me mates cuando no sea consciente, como cuando duermo" es una de ellas.
En tercer lugar, en tu argumentación contra el argumento de Mosterín sobre la castidad, alegas que un embrión "es un ser orgánico en desarrollo unitario". Tu concepción de la "unidad" de la persona es absolutamente biologicista. Me imagino que no piensas así, pero tu argumento se sustenta en eso. Dudo que en el ser orgánico que fue mi embrión estuviera ya contenido lo que soy ahora. Soy mucho más que la biología que me conforma genéticamente. Si hubieran acabado con mi embrión, habrían acabado con una serie muy compleja de posibilidades de lo que ahora soy (ahora soy una de ellas), pues un embrión puede desarrollarse en un el que ahora escribe desde Berlín a las 5 de la mañana o en el próximo Hitler. Si un embrión abre un abanico de posibilidades para muchas existencias posibles (cultural, económica, socialmente desarrolladas), no entiendo a que te refieres con "unidad" para sostener que me abrían matado a "mí".
Finalmente, la cuestión no es si el aborto es un trauma o no, sino quién decide que sea un trauma. No me parece muy liberal que el Estado le diga a los individuos lo que es bueno o malo para ellos mismos, siempre y cuando no hagan daño a otros (y un embrión, por las razones anteriormente aducidas, no es un "otro"), si ellos piensan que lo que hacen no les hace daño. Por el mismo motivo, no debería ser el Estado, ni mucho menos tú, permíteme que te lo sugiera, quien decida lo que una mujer debe hacer con el embrión que sólo ella alberga.
Siento la extensión del comentario, pero a veces la brevedad va reñida con la claridad racional.

Un saludo,

Manolo

Pedro Jesús Teruel dijo...

Estimado Manolo:

Bienvenido a este blog. Te podrás imaginar mi curiosidad cuando he descubierto el tuyo, plagado de referencias y enlaces a importantes textos en lengua alemana y escrito desde mi querida ciudad de Berlín. Pasé allí seis maravillosos meses que empleé en investigación – en particular, en la Humboldt-Universität y en la Staatsbibliothek situada junto a Potsdamer Platz (en ese fantástico edificio que conocerás bien y donde Wim Wenders rodó algunas fascinantes escenas de "El cielo sobre Berlín"). Conocí a personas con una larga y difícil historia, testigos vivos de la ruina y la reconstrucción de un país admirable.

Pero volvamos a tus palabras. Me escribes un interesante texto destinado a demostrar que mis argumentos no habrían desmontado los de Mosterín. La verdad es que no me gustaría plantear mis reflexiones como asalto a una pretendida fortaleza mosteriniana. Lo que sí trato de mostrar es la debilidad de esa fortaleza - más aún: que su estructura, en este aspecto, es realmente pobre. Tu intervención nos servirá para examinar más de cerca algunos puntos.

(1) Comienzas afirmando que "ese organismo [el embrión], gracias a su estructura genética, no pertenece, sino 'puede' pertenecer a la especie humana, que son dos cosas bien distintas". Sobre esta base concluyes poco después que el aborto no tendría que ver con la cuestión moral del homicidio, puesto que "sólo se puede asesinar a un ser vivo nato perteneciente a la especie humana". Yo diría que aquí se entremezclan dos cuestiones. La primera sólo la intuyo; la segunda aparece de forma evidente.

De tu argumentación intuyo que quieres señalar la distancia entre un embrión y un ser humano ya nacido: no es exactamente lo mismo asesinar al segundo que interrumpir la gestación del primero. Sin más, te doy la razón en ello. De ahí que la cuestión del aborto provocado haya solido dar lugar a matices diversos, buscando evaluar con justicia y prudencia el grado de culpabilidad subjetiva de la madre. Hasta aquí –y siempre sobre la base de lo que intuyo en tus argumentos– estoy de acuerdo contigo.

Sin embargo, lo que dices no sólo no explicita esa línea de interpretación sino que la oscurece. Afirmas que el embrión no pertenece a la especie humana, sino que puede pertenecer a ella. Se trata de una consideración extremadamente confusa, contraria tanto a la reflexión filosófica como a la biología. El genotipo de cualquier organismo pertenece a una determinada especie: su desarrollo permitirá actualizar (otra vez Aristóteles) características fenotípicas de una determinada índole y no de otra; de ahí que los casos de monstruosidades hayan constituido desde antiguo una inquietante anomalía. Fue Charles Darwin quien atribuyó un enorme valor al estudio del embrión precisamente para establecer la taxonomía de las especies y su relación filogénica. En el importante capítulo XIV de "On the Origin of Species" (quinta edición), Darwin establece la consideración embriológica del organismo, junto con el estudio de las conformaciones homogéneas (que no homoplásticas) y de los órganos rudimentarios, como vías óptimas para la organización taxonómica de la Naturaleza. Recoge en ello tesis de Ernst Haeckel, quien a su vez se había inspirado en las primeras ediciones del libro de Darwin. El embrión no se halla en ningún limbo biológico.

(2) Expones a continuación algunas consideraciones con las que puedo estar perfectamente de acuerdo. Es cierto que el embrión puede sentir dolor – con esa forma de autoconciencia prerreflexiva que resulta común a vastos órdenes de la Naturaleza viva. También es cierto que la madre que no puede hacerse cargo de su bebé tiene otras opciones, más razonables, preferibles al aborto. Y también lo es que una persona que duerme es un ser autónomo que duerme, y no un ser humano en potencia; sería, a lo sumo, un ser individual-despierto en potencia. Todos esos matices resultan aceptables.

[Continúa en el siguiente comentario]

Pedro Jesús Teruel dijo...

(3) En relación con la idea de "ser orgánico en desarrollo unitario" afirmas que mi concepción de la unidad de la persona sería -volente o nolente- "absolutamente biologicista". Y lo haces alegando que en el ser orgánico que fue mi embrión no estaba ya contenido lo que soy ahora: "Soy mucho más que la biología que me conforma genéticamente". Estoy de acuerdo con tu argumento; no así, con la conclusión que intentas extraer de él.

Sí, somos mucho más que una determinada estructura físico-química, por compleja que ésta sea. Somos más, incluso, que la plasticidad fenotípica. Como toda realidad emergente, trascendemos la suma de nuestros elementos constitutivos. Y lo hacemos en la dirección de la subjetividad: somos seres reflexivamente autoconscientes, capaces de iniciar por sí mismos series de acciones que escapan a la necesidad de la Naturaleza. Así lo afirmaba nuestro común amigo regiomontano. Ahora bien: en todo ello, la subjetividad humana no actúa de forma puramente intelectual. El entero edificio de los conceptos y las ideas descansa sobre las intuiciones. Es con ocasión del sentido externo –orgánicamente actuante– que la subjetividad humana se articula en sus diferentes niveles.

Cierto: diciendo que la persona es un ser orgánico en desarrollo unitario no se está agotando la riqueza de lo humano. Pero con ello se pone de manifiesto algo importante: que el cuerpo integra estructuralmente la existencia humana. Quien olvida esta verdad –Kant no lo hizo– está abocado a una antropología muy incompleta. Y uno de los errores de partida de las posturas que favorecen el aborto consiste, precisamente, en eso: en soslayar la continuidad orgánica entre el embrión y el ser humano adulto.

(4) Concluyes con una reflexión práctica: según una mentalidad liberal, no ha de ser el Estado quien decida lo que la mujer debe hacer con el ser concebido – y, por ende, tampoco debo ser yo quien lo decida. A mi modo de ver, habría que discutir algunos puntos de fondo: también para una mentalidad liberal hay límites que no se debe (ni se quiere) franquear, en orden al mayor bien común. Pero, sin necesidad de entrar en esos presupuestos ético-políticos, me parece claro que, de hecho, es como dices: yo, quien esto firma, no decido lo que las mujeres deben hacer con el ser concebido.

Lo que sí hago –y forma parte de mi vocación filosófica– es pensar las cuestiones del momento con las distintas herramientas de que dispongo. Es sobre la base de esa reflexión crítica que considero el aborto una opción teoréticamente no fundamentada y prácticamente dañina para todas las partes afectadas. Es sobre esa base que solicito, de quienes me leen, que piensen la cuestión a fondo y promuevan la solución más acorde con la verdad y con el amor. El diálogo con Manuela ha sido muy ilustrativo en este sentido.

¡Bien! Concluyo como tú lo haces: también mis respuestas han sido extensas... "pero, a veces, la brevedad va reñida con la claridad racional". Y por eso mismo –ya lo sabes tú– hay libros que, si no fueran tan cortos, serían aún más breves.

¡Saludos! En el caso de que te sirva algo de España, puedes contactar conmigo también a través de mi correo personal (pjteruel@universia.es). Alles Gute!

Sanchez dijo...

Hola, amigo!
Pues sí, buenas coincidencias. Claro que conozco esos sitios, la Stabi y la HU son los lugares en los que suelo trabajar, al menos físicamente, y es muy posible que las estanterías que frecuento sean las mismas que usabas en tu estancia. Ya ves, los mismos pasillos de las mismas bibliotecas pueden dar lugar a posiciones diferentes, si bien esto no es un problema, sino todo lo contrario, pues el diálogo es ya una coincidencia. Un saludo!

José Águila dijo...

Hola, amigos. Y enhorabuena, Pedro Jesús Teruel, por tu responsabilidad, rigor y delicadeza (rigor no es rigidez)al afrontar el necesario y escaso debate sobre un tema tan crucial para la salud moral de nuestra sociedad como es éste del aborto. Buscando mi propio blog recientemente creado (hace unos días, sólo) en Internet, sin éxito, he tecleado en Google "Mosterín y el aborto" y me he encontrado la alegre sorpresa de que se registra este blog. Ni más ni menos que ésto, algo como esto precisamente, es lo que me ha movido a comenzar mi blog: publicar en la amplia red, superando las barreras de la prensa escrita y sus servidumbres, una réplica adecuada a la increíble sarta de falacias del artículo que aquí se ha referido y analizado. No obstante, considero aún útil y pertinente el análisis del tema que ofrezco del mismo en dos entradas de mi blog, al que os invito: http://examinandolavida.blogspot.com
Saludos cordiales y viva el auténtico diálogo para que vivamos todos de modo auténticamente humano. José Ramos Salguero.

Aldo Guru dijo...

Gracias a todos x sus comentarios. Los he leído detenidamente y me parecen todos muy interesantes. Aún no puedo opinar nada al respecto puesto que aún estoy en fase embrionaria, valga el sarcasmo. Un saludo a todos y gracias nuevamente por estas discusiones y debates que no hacen más que brindar información valiosa para que cada uno pueda sacar sus conclusiones. Saludos.