domingo, 4 de diciembre de 2011

La única respuesta adecuada















Hay días en los que uno percibe por primera vez algo que había estado siempre ahí. El pasado viernes fue uno de ellos. Tuve la oportunidad de mantener una conversación distendida, a la hora del café y en la cantina de la Universidad, con varios de mis estudiantes de Antropología en Educación. Pude constatar hasta qué punto varios de ellos se sienten comprometidos con la construcción de nuestra sociedad, se inquietan con sus debilidades morales y se adhieren a propuestas políticas de progreso.

Esa misma tarde participamos en la quinta sesión de nuestro ciclo Antropología cinematográfica. Charlamos sobre el miedo y la esperanza como radicales antropológicos, con el hilo conductor del film The Road y la ponencia de nuestro querido Higinio Marín. En el último capítulo de su lúcida Teoría de la cordura, Higinio subraya el enlace entre esperanza y juventud:

Esa falta de angostura en el deseo de lo mejor que nos deja aspirar y tener buen ánimo para lo más grande tiene el nombre de magnanimidad: la inclinación a lo mejor y el buen ánimo para procurarlo que se expresa en el deseo típico de la juventud genuina, a saber, querer cambiar el mundo y cooperar para enderezarlo hacia su mejor versión.

Y jóvenes éramos –poseídos por la juventud genuina– los amigos que nos congregamos en aquella mesa redonda, rodeados por aquellos otros jóvenes que crecen al calor de sus años universitarios. El intérprete adecuado de todo ello sólo podía ser el niño protagonista del film, empeñado en agradecer todo lo que recibía, consciente de que nos hallamos envueltos en la dinámica del don: ante la cual la única respuesta adecuada es la gratitud.

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En la imagen: Kodi Smit-McPhee y Viggo Mortensen en un fotograma de The Road (John Hillcoat, 2009). El párrafo citado está extraído del libro de Higinio Marín Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón (Valencia, Pre-Textos, 2010), p. 274.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"¿Dónde está el amigo que busco por doquiera?
Cuando apunta el día, mi inquietud también aumenta;
cuando el día muere, lo busco todavía.
Aunque el corazón me abrasa, yo voy siguiendo sus huellas
en cualquier brote de vida:
el aroma de la flor, la esbeltez de la espiga.
En el suspiro que lanzo y en el aire que respiro está presente su amor
y oigo cantar su voz en el viento del estío".
Sí, de alguna manera, siempre hemos sido conscientes de ello. ¡Pero cuánto necesitamos percibirlo!
Muchas gracias por compartirlo.