domingo, 27 de julio de 2025
Vots que poden matar
Votos que pueden matar
sábado, 28 de junio de 2025
No nos acostumbremos a la barbarie
No acostumem-nos a la barbàrie
domingo, 13 de abril de 2025
El sombrío espejismo de la guerra justa
La guerra es espejismo del regreso. Se piensa que favorecerá la vuelta a una situación previa –existida de
hecho o idealizada– que se desea ardientemente. Pero una vez estalla la guerra,
ese paraíso no llega nunca. En la primera guerra mundial, los jóvenes del
imperio austrohúngaro, inflamados de patriotismo, iban al frente pensando que
en pocas semanas volverían a casa; en la segunda, Adolf Hitler maquinó una
invasión relámpago que resolvería una delirante exigencia de espacio para la
raza aria; el 24 de febrero de 2022, Vladímir Putin anunció a sus conciudadanos
una operación estratégica que tardaría poco en tener éxito. Como dice Judith
Holofernes en una de sus canciones, “No sé cómo se acaba una guerra, / sólo
cómo se empieza”. Se siguen de ella hileras de muertos, poblaciones macilentas
y exhaustas, daños ingentes, desesperanza.
La guerra es espejismo de la paz. En su obra Sobre la
paz perpetua (1795), Immanuel Kant subrayó que una de las condiciones
ineludibles para poner las bases de la paz se encuentra en el modo de hacer la
guerra: las hostilidades no han de llegar a ser tales que imposibiliten la
confianza mutua. Romper los acuerdos, maltratar a los prisioneros o humillar a
las poblaciones vencidas siembra el germen de un nuevo conflicto. Así, las
reparaciones exigidas a Alemania tras la primera guerra mundial abonaron el
resentimiento de donde surgió el populismo nacionalsocialista. He aquí un
ejemplo paradigmático de cómo los conflictos bélicos generan su descendencia a
través del rencor de los vencidos; un rencor, sin embargo, difícilmente
evitable.
La guerra es espejismo de una causa humanitaria. En el mejor de los casos, con ella se defiende la vida y la dignidad de
personas queridas que, con razón, no se puede dejar en la estacada. Sin
embargo, en el otro bando también hay personas –militares y civiles– que se han
visto arrastradas a una situación de lucha. Las armas se descargan siempre
sobre seres humanos que en su mayor parte no han decidido empezar el conflicto.
Por ello son numerosos los relatos de militares que han visto con pavor las
propias manos manchadas de sangre de inocentes. Las memorias de Ron Kovic a
raíz de su participación en la guerra del Vietnam, llevadas al cine por Oliver
Stone en Nacido el 4 de julio (1989), constituyen un botón de muestra de
esa toma de conciencia.
Como sucede en los espejismos, en el caso de la guerra
justa hay una franja intermedia. Algunas guerras responden a situaciones donde
no reaccionar daría lugar a una injusticia aún más terrible. Hoy diríamos que
se trata de los conflictos iniciados por potencias totalitarias que persiguen
someter a sangre y fuego, hasta la aniquilación incluso, a determinadas
poblaciones. Por ello existe una venerable doctrina, cultivada desde la
Antigüedad y articulada en la Edad Media, sobre las condiciones que ha de
cumplir la legítima defensa.
Como en otros asuntos, el metro de platino iridiado se
halla en la obra de Tomás de Aquino. Son diversos los requisitos para que una
guerra pueda venir considerada legítima: entre ellos, que se trate de una de
defensa; que se desarrolle con probabilidad de éxito y como último recurso; que
se empleen medios proporcionales; que termine tan pronto como sea posible
restaurar la paz.
A esta luz, la invasión
de Ucrania por el gobierno de Putin no puede ser considerada justa bajo ningún
punto de vista. Se trata de un ataque desproporcionado, impulsado por un
delirante sueño imperial según el cual Rusia estaría encabezando la lucha
contra el perverso Occidente. Tampoco es justa la guerra desencadenada por el
gobierno de Benjamin Netanjahu en Palestina. Aunque constituye una reacción a
un execrable atentado terrorista de Hamás en el que murieron 850 israelíes, la
desproporción de los medios empleados –que ya han costado la vida a más de 45
000 palestinos– le ha privado de legitimidad hace ya tiempo. En ambos casos,
además, el encarnizamiento en la prosecución añade crueldad.
La doctrina mencionada permite moverse en el espacio de
niebla entre la oscuridad y la luz. Con ella se ha buscado hacer cuentas con la
realidad del mal en el mundo. De ahí que contraponer las políticas de defensa
al pacifismo resulte superficial. Una guerra tal sirve para evitar males
mayores –¿qué habría pasado si Hitler hubiese ganado la segunda guerra mundial?–
y constituye, pues, un mal menor. Sin embargo, no es en sí misma un bien que
haya de ser perseguido.
La reflexión teológica, en cuyo marco nació dicha doctrina, ofrece otras pistas. La vida de Jesús
muestra una vara de medida diferente. Su respuesta a una pregunta de Poncio
Pilato sirve como botón de muestra. Cínicamente interrogado sobre la inacción
de los suyos –si él era rey, por qué sus soldados no venían a auxiliarlo–,
Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36). El bien no se
difunde imponiéndose por la fuerza. Es ajeno a la violencia; edifica y no
destruye. El bien deseable por sí mismo es la paz. Y, por ello,
“bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5, 9). Desde aquí se puede
enlazar con la teología de la paz en san Francisco de Asís, Bartolomé de las
Casas o Erasmo de Rotterdam y, en época más reciente, con autores como Dietrich
Bonhoeffer, Carl Friedrich von Weizsäcker, Eberhard Jüngel y Jürgen Moltmann, o
con el magisterio del Papa Francisco.
jueves, 27 de marzo de 2025
L'ombrívol miratge de la guerra justa
jueves, 6 de marzo de 2025
València, Kaltlufttropfen, Staatsbürgerschaft: Manifest der Dankbarkeit
Die
Hymne fängt diesen Geist in schönen Versen ein: „Tots a una veu, / germans,
vingau / Ja en el taller / i en el camp remoregen / càntics d’amor, / himnes de
pau“ („Alle mit einer Stimme, / Brüder, kommt / Schon in der Werkstatt / und
auf dem Feld erklingen / Gesänge der Liebe, / Hymnen des Friedens“). Die Sehnsucht nach Gemeinsamkeit wird zu Musik und
führt zum Frieden: Nur der Frieden schafft die Rahmenbedingung, in der jeder
einzelne Mensch in einer Gesellschaft so leben kann, wie er es für wert erachtet.
Deshalb und trotz allem wird sich der Friede seinen Weg bahnen; und wir können
behaupten, so Kant, dass dies mehr ist als eine tröstliche Träumerei.
Am ersten Wochenende nach der Katastrophe in València gehörte ich zu einer der Gruppen von Freiwilligen, die in dem betroffenen Gebiet tätig waren. Von der Generalitat einberufen, waren wir bereits gegen neun Uhr in einem der Dörfer. Die kurze Busfahrt – weniger als eine Viertelstunde – führte von der futuristischen Umgebung der Stadt der Künste und der Wissenschaften zu trostlosen Straßen, versunken im Schlamm und gespickt voll mit nutzlos gewordenen Gegenständen. Die Umleitung des Flusses Túria, die am Ende der 1960er Jahre vorgenommen worden war, bewirkte, dass die Hauptstadt eine reißende Sturzflut, die für ihre orkanartige Zerstörungskraft ungewöhnlich war, unbeschadet überstand. Die südlichen Dörfer jedoch trugen die Hauptlast an menschlichen und materiellen Verlusten.
Wir waren den ganzen Vormittag in einer Straße und hatten eine ganz einfache Aufgabe: Schlamm und Müll zu entfernen. Es war eine arbeitswillige Gruppe. Nach kurzer Orientierungslosigkeit nahm jeder seinen Platz ein: die einen mit Besen, die anderen mit Schaufeln oder Eimern; dann führte jeder seine Aufgabe in der Müllsammelkette aus. Es ist beeindruckend zu sehen, wie sich menschliche Gruppen selbst organisieren, in einer Art spontaner Anpassung, die in unserer biologisch-evolutionären Geschichte ihre Wurzeln hat.
Aber es war etwas anderes, das meine Aufmerksamkeit erregte. In der Gruppe gab es viele verschiedene Akzente, aus unterschiedlichen Regionen und Ländern.
Auf
der Rückfahrt habe ich alle Teilnehmer nach ihrer Herkunft gefragt. Zu meiner
Überraschung kam weniger als die Hälfte (27) aus València. Die übrigen 31 kamen
aus anderen spanischen autonomen Gemeinschaften (4) und ebenso viele (27) aus
anderen Ländern. Aus vielen Ländern. In alphabetischer Reihenfolge kamen sie
aus Bolivien, Brasilien, Ecuador, Frankreich, Italien, Kolumbien, Mexiko, Österreich,
Paraguay, dem Vereinigten Königreich, den Vereinigten Staaten, der Türkei, der
Ukraine, Venezuela und Weißrussland. In diesem Bus – mit nur 58 Fahrgästen –
saßen Menschen aus sechzehn Ländern: eine kleine UNO!
Auf
dem Heimweg, in der Nähe des Wissenschaftsmuseums, unterhielt ich mich mit
einer Familie kolumbianischer Herkunft, einer Mutter mit drei Kindern, die ebenfalls
im Bus saß. Die Mutter kam vor zwanzig Jahren mit zwei Kindern hierher, die
Tochter wurde hier geboren. Einer der Söhne sagte mir mit einem breiten
Lächeln: „València ist unser Zuhause. Wir leben gerne hier. Wir wollen auf jede
erdenkliche Weise helfen“.
Und
so ist die Generalitat zu einem Ort geworden, an dem viele Menschen aus
der Ferne willkommen sind. Zu denjenigen, an die der Hymnus heute gerichtet
ist, gehören Menschen mit unterschiedlichen Akzenten, unterschiedlicher
Hautfarbe und unterschiedlichem kulturellen Hintergrund. Und sie waren da und
sammelten Schlamm von einer Straße auf, zu der sie wahrscheinlich nie mehr
zurückkehren würden, und sie taten es, ohne etwas dafür zu bekommen: gratis
et amore.
In einer Zeit schwerwiegender internationaler Konflikte, eines Rückschritts in der demokratischen Entwicklung in nicht wenigen Ländern, einer Stagnation im Kampf gegen die Armut und angesichts historischer Herausforderungen wie dem Klimawandel, gibt es vieles, was uns eint. Dieser Bus, der an einem Novembermorgen eine Handvoll Menschen zusammenbrachte, zeigt eine dauerhafte Veränderung in der Gestaltung unserer Gesellschaften. Ihre Botschaft erklingt mit einer Stimme in den unterschiedlichen und schönen Akzenten der Orte, an denen wir geboren wurden. Und dieser Artikel wird zu einem Manifest der Dankbarkeit.
València: manifesto di gratitudine
L’inno
cattura questo spirito in bellissimi versi: “Tots a una veu, / germans, vingau /
Ja en el taller / i en el camp remoregen / càntics d’amor, / himnes de pau” (“Tutti
a una voce, / fratelli, venite. / Già nell’officina / e in campagna risuonano /
cantici d’amore, / inni di pace”). Eleva a musica il desiderio di comunanza e
sottolinea l’aspirazione alla pace: soltanto la pace è la cornice in cui ogni persona
può vivere in società nel modo la cui scelta ha motivi di valutare. Perciò, e
nonostante tutto, la pace si farà strada. E possiamo affermare, sottolinea
Kant, che questa è più di una fantasticheria consolatoria.
Il
primo fine settimana dopo la catastrofe di València, facevo parte di uno dei
gruppi di volontari che lavoravano nella zona colpita. Convocati dalla
Generalitat, verso le nove eravamo già in uno dei villaggi. Il breve viaggio in
autobus – meno di un quarto d’ora – aveva tracciato un percorso straziante dai
dintorni futuristici della Città delle Arti e delle Scienze a strade desolate,
disseminate di fango e oggetti inutili. La deviazione del fiume Túria,
realizzata alla fine degli anni Sessanta, permise alla capitale di uscire indenne
da un temporale furioso, insolito per la sua forza distruttiva simile a un
uragano. Le città al sud dell’area metropolitana hanno sopportato il peso
maggiore in termini di perdite umane e materiali.
Siamo stati lì tutta la mattina, in una unica strada, con un compito molto semplice: rimuovere fango e rifiuti. Era un gruppo volenteroso. Dopo un po’ di disorientamento, ogni membro ha presto preso il suo posto: alcuni con le scope, altri con le pale o i secchi per scaricare; poi, ognuno ha svolto il suo compito nella catena di raccolta dei rifiuti. È bello vedere come i gruppi umani si organizzano, in una sorta di adattamento al volo che affonda le sue radici nella nostra storia biologico-evolutiva.
Ma è stato un altro aspetto a catturare la mia attenzione. Nel gruppo c’erano molti accenti diversi, provenienti da regioni e latitudini diverse.
Durante
il viaggio di ritorno, ho chiesto a tutti la loro origine. Con mia sorpresa ho
costatato che meno della metà (27) proveniva da València. I restanti 31 provenivano
da altre comunità autonome spagnole (4) e, in numero equivalente (27), da altri
Paesi. Da molti Paesi. In ordine alfabetico, provenivano da Austria,
Bielorussia, Bolivia, Brasile, Colombia, Ecuador, Francia, Italia, Messico,
Paraguay, Regno Unito, Stati Uniti, Turchia, Ucraina e Venezuela. Su quell’autobus
– appena 58 passeggeri – c’erano persone provenienti da sedici Paesi: una
piccola ONU!
Già
arrivati, vicino al Museo delle Scienze, ho chiacchierato con una famiglia di
origine colombiana – madre e tre figli – che era anche sul pulmino. La madre era
arrivata vent’anni fa con due figli; la figlia era nata qui. Uno dei figli mi
ha detto, con un grande sorriso: “València è la nostra casa. Ci piace vivere
qui. Vogliamo aiutare in ogni modo possibile”.
E
così la Generalitat è arrivata ad abbracciare molti che vengono da lontano. I fratelli
e le sorelle a cui si rivolge oggi l’inno sono persone con accenti diversi, con
colori della pelle diversi, con retroterra culturali diversi. Ed eccoli lì, a
raccogliere fango da una strada in cui probabilmente non torneranno mai più, e
a farlo senza ricevere nulla in cambio: gratis et amore.
In un momento di gravi conflitti internazionali, di arretramento della salute democratica di non pochi Paesi, di stagnazione nella lotta contro la povertà e di fronte a sfide storiche come il cambiamento climatico, c’è molto che ci unisce. Quell’autobus, che ha riunito una manciata di persone in una mattina di novembre, mostra un cambiamento duraturo nella forma delle nostre società. Il suo messaggio, ad una sola voce, risuona nei diversi e begli accenti dei luoghi in cui siamo nati. E quest’articolo diventa un manifesto di gratitudine.
Articulo pubblicato il 20 dicembre 2024 sulla rivista Confronti (Roma). Per la revisione della sua traduzione all’italiano, l’autore ringrazia vivamente Laura Pisa. L'originale apparse il 13 novembre sul quotidiano spagnolo Levante. Immagine: opera di Antonio Muñoz Degraín dipinta fra gli anni 1912 e 1913 e conservata nel Museo delle Belle Arti di València: "Amore di madre".